sábado, 29 de marzo de 2008

Recuerdos y tristezas de la UES

Un recuento histórico, podría decirse, de una faceta de la UES, al enfocar momentos de la vida del Dr. Rafael Menjívar Larín; escrito por su hijo Rafael Menjívar Ochoa:

http://rmenjivar.blogspot.com/2006/07/recuerdos-y-tristezas-de-la-ues.html

Extractamos lo que consideramos directamente relacionado con la gestión del Doctor Menjívar, y separamos la exposición para destacar momentos que nos parecen importantes remarcando con negrillas lo sustancial a nuestro criterio.

(...) "Cuando mi padre tomó posesión de la rectoría, a finales de 1970, hizo dos cosas que lo llenaban de orgullo y alegría.

La primera, un homenaje a Claudia Lars y Salarrué, con la publicación de obras escogidas (para la primera) y narrativa completa (para el segundo). El encargado de armar el paquete fue Ítalo López Vallecillos, quien al poco tiempo se fue para Costa Rica a fundar la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA). Salarrué dijo que sí, que muchas gracias, y al final no llegó al homenaje (así era él), así que todo el homenaje fue para doña Carmen ("¡No me digan Claudia! ¡No mencionen ese nombre!", decía cuando llegaba a casa, no sé por qué.)

La segunda cosa fue que contrató a Camilo Minero, Carlos Cañas y César Sermeño para que dieran talleres de pintura en unos galerones que se construyeron cerca de la antigua biblioteca. Fui desde su inicio hasta el 19 de julio de 1972, tiempo suficiente para enterarme de que, si tenía algún talento para algo, no iba por ese lado. (Los años lo han confirmado.)

Con toda la política de popularización que se armó en el corto tiempo en que mi padre fue rector, y que se había iniciado desde la rectoría de Fabio Castillo Figueroa (el sucesor de don Napoleón, el señor que me dio el diploma), se armó una reacción bien violenta de alguna gente de la UES.

La Facultad de Medicina, hasta poco antes el bastión de la gente con dinero, pidió su destitución a finales de 1971 y convocó a la Asamblea General Universitaria para que lo corriera.

Con su especial sentido del humor, y con 36 años de edad, mi padre podía darse el lujo de ser irreverente, y lo fue, y no sólo desarmó las acusaciones, sino que también forzó la salida de las autoridades de Medicina mediante el voto de la misma Asamblea que debía correrlo.

A la salida de la reunión, mientras conversaba con unos amigos, ya de mañana, un tipo le lanzó una cuchillada a la espalda. La herida, justo en el omóplato, no fue grave; estaba furioso porque le habían arruinado una camisa nueva que sólo se había puesto esa vez. O eso dijo para no preocuparnos.

En esos días comenzó a hablar de que el ejército estaba preparando la ocupación de la UES.

Su obsesión a partir de entonces fue publicar el tomo II de la narrativa de Salarrué, las obras escogidas de Francisco Gavidia y de Alberto Masferrer y terminar un documento con la planificación para los siguientes cinco años)(

(En las fotos de los periódicos de la época en que se hablaba de que se había encontrado propaganda subversiva mostraban esos libros, todos los anteriores. El de Gavidia, el de Masferrer y el tomo II de Salarrué no llegaron a circular, y quemaron el de planeación.)

El día anterior a la ocupación de la UES me dijo que lo esperara por la noche, no recuerdo para qué. Me acosté en una hamaca que colgaba en una terracita en la casa y me puse a leer. Me quedé dormido y de repente, por allí de las diez de la noche, me despertó y me puso un libro en el pecho. "Ahora sí ya pueden hacer lo que quieran. Ya terminamos esto", me dijo, y allí estaba el libro sobre planeación. Me fui a acostar y juro que me pasé meses tratando de entender por qué ese libro era tan importante para él.

Al siguiente día, tras regresar del colegio y de almorzar en casa de la abuela, oí ruidos en la calle y salí a ver junto.

Varias tanquetas y camiones llenos de soldados iban pasando por el Bolerama Jardín y subían por la calle que lleva a la calle San Antonio Abad, donde ahora está el Ministerio de Hacienda y entonces sólo había un montón de magníficos terrenos baldíos donde me iba a caminar con mi perro. (Como buen nerd, no tenía muchos amigos, la verdad.)

Apenas habían pasado los vehículos, uno de los trabajadores de la rectoría llegó chirriando llantas en un pick-up de la UES y me gritó que se estaban tomando la universidad y que habían capturado a mi padre junto con el secretario general, Miguel Sáenz Varela, y el fiscal, Luis Arévalo.

(Los fundamentos "legales" de la Asamblea Legislativa los pueden encontrar aquí. Terribles y vergonzosos. En 2000 tuve oportunidad de hacer un bonito desplante en la Asamblea, como he contado en este blog. Puede encontrarse aquí.)

No lo sabía entonces, pero uno de los motivos para la ocupación militar fue que estaba apareciendo la guerrilla.

Desde un par de años antes operaban las Fuerzas Populares de Liberación, el año anterior un grupo conocido como "El Grupo" había secuestrado y asesinado al empresario Ernesto Regalado Dueñas (por cierto amigo de infancia de mi padre; ya hablaré de eso alguna vez, y algo se cuenta en Tiempos de locura) y ese año se fundó el Ejército Revolucionario del Pueblo.

Un año antes habían sido las manifestaciones de maestros de 1971, que el ejército vio a posteriori como parte de una conjura, y los estudiantes se estaban poniendo indóciles, como era su papel.

(Unos meses antes, estudiantes de izquierda radical ocuparon la rectoría, que estaba en el sótano de Medicina. Tenían una ametralladora y armas cortas. Exigían que mi padre entrara a "dialogar" con ellos, solo. Se negó, por supuesto; el de rehén no le parecía un buen oficio, y menos después de la cuchillada que le habían dado. El problema se resolvió de manera divertida: algunos estudiantes colocaron sobre la rectoría aparatos que acababan de llegar a la facultad, que emitían unas vibraciones e infrasonidos terribles, y los dejaron encendidos durante toda una noche. A la mañana siguiente los estudiantes tiraron las armas por las ventanas y salieron bastante calmados. O atontados.)

No me acerqué a la UES desde la ocupación; debieron pasar 27 años, hasta el día siguiente de mi regreso a El Salvador, es decir el 23 de agosto de 1999. Lo único que pude sentir fue tristeza.

En 1972, como siempre, el presupuesto de la UES no alcanzaba, pero mi padre dedicaba buena parte de él a mantener el campus bonito: contrató no sé cuántos jardineros y compró no sé qué cantidad espantosa de plantas, en especial rosales, y buen pasto.

Su idea era que los estudiantes debían estar en un lugar agradable si querían aprender bien. Además había gente que vivía allí (los becarios del interior del país), y era justo que vivieran en un medio sano y lo menos cercano a la pobreza de la que provenían. (Él también venía del mismo lugar.)

Lo que faltaba se solucionaba con donaciones de los propios académicos y autoridades y trabajo voluntario. (También estuve en las jornadas de trabajo voluntario, y eran divertidísimas.)" (...)

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