miércoles, 2 de abril de 2008

Universidad, entorno y cambio

"Universidad, entorno y cambio"

Maynor Antonio Mora

El entorno siempre ha supuesto un falso problema para la Universidad: en cambio constante, la realidad parece ser inaprensible para una institución cuyo motivo central es la producción y comunicación del saber.

El entorno varía, por lo general, más rápido que el conocimiento y entendimiento del mismo. Esto no debiera ser motivo de extrañeza. Ya que no sólo constituye un hecho objetivo e inevitable: la transformación constante y en el acto de los sucesos reales. Sino también la justificación de la Universidad: poder entender, desde una posición de prudencia, esos cambios, para proponer alternativas y caminos distintos, cuando el viaje de la realidad se desvíe de las necesidades de la sociedad y de los actores menos beneficiados por su transformación.

Actualmente, la transformación del entorno, se acelera en una dirección que la Universidad debe cuestionar sin duda alguna. Desde un modelo de sociedad centrado en la integración solidaria, nos encaminamos hacia un modelo de globalización centrado, esta vez, en el dominio descontrolado del poder económico. En los últimos veinte o treinta años, en América latina y en casi en todo el mundo, el neoliberalismo se ha convertido en doctrina y práctica de una “sociedad abierta” y, consecuentemente, sujeta a los peligros que entraña la acción económica carente de reglas claras de solidaridad, es decir, que supongan como filosofía y justificación primeras el bien común.

En su comportamiento interno, la Universidad se debate entre una gestión tradicional, que responde a sus funciones clásicas, y un intento de adecuar su desempeño según esquemas de administración propios del mundo empresarial, adaptando dicho proceso a la globalización. No obstante, hay que dejar claro que no se trata de un dilema entre la universidad pública y la universidad privada. Esta dicotomía no es válida, ni agrega nada al debate, por tanto la Universidad nació, en muchos casos, como entidad privada y muchas de las grandes universidades en el mundo son y seguirán siendo privadas. El dilema recae, fundamentalmente, entre las universidades que, siendo públicas o bien privadas, pretenden funcionar como empresas competitivas (es decir, como instituciones de enseñanza “superior” sin más) y las universidades que desean funcionar como verdaderas universidades, aunque en contacto directo y conciente con el mundo de afuera e incluso con las demandas del mercado, desde una perspectiva crítica.

La burocratización y el imperio del administrativismo empresarial, que tienden a dominar en la actualidad, no son inocentes apéndices de la función académica de la Universidad, sino formas específicas de Universidad que reducen la institución a procedimientos sujetos a la lógica casi exclusiva e irreflexiva del mercado. En pos de la “forma”, se instala un nuevo modelo de universidad que rebaja a la calidad de “departamento” la función académica, sea en la docencia, sea en la investigación, minimizando el contenido, siempre visto y sujeto a una permanente ingeniería de “lo nuevo”. El contenido, absorbido por la vorágine de la forma, se decanta permanentemente, convirtiendo el manejo simbólico en un vacío progresivo de sentido que renuncia a la construcción académica del conocimiento. Lo académico, pues, se reduce, a la figura dominante de “producto” o “servicio”, perdiendo su naturaleza original.

Si hablamos de las universidades públicas, creadas en el marco de una fuerte política social en materia de educación superior en la mayor parte de los países de América latina, esta tendencia resulta doblemente peligrosa. Primero, por la conversión de la institucionalidad universitaria según lo que acabamos de señalar, es decir, bajo el dominio de la forma y el administrativismo. Segundo, por la pérdida de la función de solidaridad y de bien común, que debiera ser propia de todas las instituciones públicas. El debate perpetuo respecto del financiamiento de la Universidad pública responde a una también permanente situación de precarización a la que ha sido sumida desde hace varias décadas, por parte de los gobiernos centrales y de una administración universitaria cada vez más cercana al poder. Esto con varias finalidades: reducir la Universidad a una institución de “enseñanza”, despojarla de sus funciones críticas respecto de la sociedad, convertirla en una entidad autogestionaria en su dimensión financiera y privatizar sus funciones económicamente rentables desde la lógica empresarial.

Aunque la Universidad pertenece a la sociedad y, por ello, el cambio dominante tiende a imponérsele, es evidente la necesidad de un proceso de resistencia. La resistencia no contradice, sin embargo, la realidad; solamente refiere al cuestionamiento de la tendencia que deteriora la solidaridad y el bien común como condiciones sustantivas de la vida colectiva. Resistencia supone un doble proceso: cuestionar el neoliberalismo y sus consecuencias, por un lado, y por otro, definir alternativas claras que retomen los problemas centrales de la solidaridad y el bien común, a saber: la producción y distribución de la riqueza, el conocimiento y la tecnología en el plano nacional, regional y global; la representación y participación en el plano político de los intereses colectivos y de los diferentes actores sociales, es decir, que garanticen la democracia efectiva; la protección y uso sostenido de la Naturaleza que contemple, asimismo, la garantía de vida de las generaciones futuras; y la integración cultural de la diferencia bajo un criterio de respeto e incentivo de la diversidad como característica de la vida humana.

No hay comentarios.: